sábado, 1 de septiembre de 2012

SÍMBOLOS - Renate Mörder


Después de treinta días de buscarse, mirarse y provocarse, cedieron al deseo y llevaron sus ganas a un cuarto de hotel. No se conocían, ni siquiera sabían sus nombres, pero no importaba, las presentaciones estaban de más, los prejuicios estaban de más, sus cuerpos hablaban por ellos y decían lo único que les interesaba escuchar. Disfrutaron del encuentro y se regocijaron al descubrir que tanta espera no había sido en vano. Finalmente llegó la calma y ambos permanecieron relajados y en silencio. Ella, sopesando la posibilidad de enamorarse y él, la de seguir teniendo buen sexo por una larga temporada. Pasó un rato y él con la excusa de ir al baño rompió la magia del momento y encendió la luz. Ella parpadeó y se quedó turbada mirando el cuadro: un desconocido desnudo parado en el centro de una habitación decorada con mal gusto le sonreía tontamente. Sin poder evitarlo, observó detenidamente su cuerpo magnífico y se quedó sin aliento al descubrir la esvástica tatuada que le ocupaba gran parte de su torso. Disimuló su horror y le regaló una sonrisa fingida mientras él entraba al baño, luego se vistió de prisa y abandonó la habitación, dejando la decepción y el asco a un costado de la cama.

 © Renate Mörder

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