miércoles, 22 de abril de 2015

QUIROGA x MÖRDER

Horacio:
Espero que disculpe mi atrevimiento pero voy a escribir acerca suyo. Intentaré no caer en el lugar común de mencionar su sino trágico y de enumerar morbosamente la seguidilla de muertes y suicidios que lo acompañaron a lo largo de su vida. Tampoco me haré eco de comentarios malintencionados difundidos,  seguramente, por envidiosos que no le tenían ningún aprecio. No me ocuparé de su leyenda y no mencionaré su obra, a pesar de que ella me habita y me perturba desde mi infancia. Sólo me limitaré a tratar de descubrir cómo era a través de una decena de imágenes suyas.

Comienzo por las fotografías en las que posa solo, lo veo joven, parado delante de una puerta, su rostro no se ve tan anguloso, se lo ve prolijo y atildado, no sonríe pero me parece ver un dejo de diversión que asoma de sus ojos tristes.  Observo que con el paso del tiempo su rostro se fue convirtiendo en un triángulo delimitado por un pelo enmarañado en el norte y una barba filosa en el sur. Su nariz era prominente, sus mejillas delgadas y sus ojos pequeños miraban de forma perturbadora. Veo al Horacio salvaje que posa en la selva, sucio, vestido de blanco y con la barba desprolija apoyado contra un árbol, y al Horacio civilizado, el de aulas, redacciones y círculos literarios,  Horacio de traje, Horacio urbano que mira a la cámara con una mirada que parece ver más allá.

Continúo descubriéndolo a través de fotos espontáneas, lo veo volando un avión, en plena tarea embalsamar a un ave, con amigos frente a un rancho en Resistencia, trabajando la tierra en el Monte, haciendo remo por el Río Paraná, en su rol de fotógrafo, juez de paz, profesor y pienso en que en una sola vida se pueden vivir muchas vidas.

Las fotos con las mujeres que amó merecen un párrafo aparte. Me detengo en una en particular, sospecho que de su primera esposa y de su hija. Es una foto familiar  bastante extraña, la luz ilumina a la mujer y a la niña y usted aparece a un costado con el rostro adusto, queda en las sombras, como acechándolas. También hay fotos tiernas de piapia Horacio y su niña,  solos y con un coatí y  finalmente me encuentro con una curiosidad: la única foto en la que usted sonríe. Está con su segunda mujer, rubia y joven, demasiado linda para usted. Parece divertido, pero hay algo obsceno, no se enoje don Horacio, decadente, casi lascivo en su expresión.

Ya termino, no se exaspere,  se me acabó el álbum y ya no tengo más fotos suyas para mirar. Cada una de ellas me enseñó un Horacio distinto, extraño, fascinante, peligroso. Una vida de amor, literatura, locura, selva, muerte. Todas sus vidas Horacio, que perviven en el tiempo. Todos sus actos que robustecen su leyenda, como la sangre que alimenta a esos raros parásitos de las aves a los que la sangre humana les sienta tan bien, esos, que adoran vivir en un almohadón de pluma.





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