Lo
lanzaron del andén hacía las vías para robarle su maletín. Ahora vaga
por la estación. Camina por los túneles, patea las piedritas atrapadas
entre los durmientes,
se pierde entre obreros y empleados que se dirigen a sus trabajos en
las horas pico. Observa, a veces con bronca y otras con indiferencia, la
impunidad con la que continúa robando el miserable que lo empujó. Lo
sigue de cerca, le pone el pie para que tropiece,
alerta a los pobres infelices a los que les está por robar. Son sólo
pequeñas represalias, insuficientes para lograr su paz.
De todos modos no pierde la esperanza. Sabe que algún día, justo cuando
el subte emerja como una lengua gigante de
las fauces del túnel, el ladrón se va a descuidar; se va a quedar
detenido en el borde del andén, se va a dejar empujar.
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