domingo, 23 de junio de 2013

CORTÁZAR - PERDIDA Y RECUPERACIÓN DEL PELO



Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.

Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.

Llegará el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos rocleados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un ministerio o una casa de comercio.

Con mucha frecuencia tendremos la impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga permanencia contra una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión tormentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda.

Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos produciría, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.

sábado, 1 de junio de 2013

PESSOA - MOONSPELL -OPIARIO

 OPIARIO  de  Álvaro de Campos


Al señor Mário de Sá-Carneiro
3-1914


Antes del opio mi alma está doliente.
Sentir la vida anima y debilita
y yo busco en el opio que consuela
un Oriente al oriente del Oriente.
Esta vida de a bordo ha de matarme.
Son días sólo de fiebre en la cabeza
y, por mucho que busque hasta enfermar, 
no encuentro molde al que adaptarme.
En paradoja e incompetencia astral
vivo en surcos de oro mi vida, 
ola donde el decoro es recaída,
los propios gozos, ganglios de mi mal.
Y por un mecanismo de desastres, 
engranaje con rodamientos falsos, 
camino entre visiones de caldasos
en un jardín en el aire pero con flores.
Me voy tambaleando entre la labor
de una vida interior de encaje y laca.
Siento que tengo en casa la navaja
con que fue degollado el Precursor.
Ando arrastrando en la maleta un crimen
que cometió un abuelo mío por exigente.
Tengo los nervios de punta, de veinte en veinte, 
y caí en el opio como en una zanja.
Al toque de morfina adormecido
me pierdo en transparecias palpitantes
y en una noche llena de brillantes
se levanta la luna como mi destino.
Mal estudiante siempre fui, y ahora
no hago más que ver partir la nave
por el Canal de Suez y conducir
mi vida de alcanfor en la aurora.
Perdí días que antaño aprovechara.
trabajé para tener sólo el cansancio
que es hoy en mí una especie de brazo
que en el cuello me oprime y me ampara.
Y fui niño, como todo el mundo.
Nací en una provincia portuguesa
y ya he conocido gente inglesa
que dice que sé inglés perfectamente.
Me agradaba tener poemas y novelas
publicadas por Plon y en el Mercure
Mas imposible es que esta vida dure.
¡Si en este viaje ni hubo temporales!
La vida a bordo es una cosa triste,
aunque la gente se divierta a veces.
Hablo con alemanes, suecos e ingleses
pero mi pena de vivir persiste.
Creo que no vale la pena haber 
ido al Oriente y visto la India y China.
La tierra es parecida y muy pequeña
y hay sólo una manera de vivir.
Por eso tomo opio. Es un remedio.
Soy un convaleciente del Momento.
vivo en la planta baja del pensamiento
y ver pasar la vida me da tedio.
Fumo. Me canso. ¡Ah, una tierra, al fin,
en donde muy al este no fuese el oeste ya!
¿Para qué fui a visitar la India que hay
si no existe la India, sino el alma en mí?
Soy desgraciado por mi beneficio.
Los gitanos me robaron la Suerte.
Quizá no encuentre, ni junto a la muerte
un lugar que me abrigue de mi frío.
Fingí haber estudiado ingeniería.
Viví en Escocia. Visité Irlanda.
Mi corazón es una abuelita que anda
limosneando a las puertas de la Alegría.
¡No llegues a Port-Said, nave de hierro!
Vira hacia la derecha, no sé a dónde.
Paso los días en el smoking-room con el conde 
un escroc francés, conde de fin de entierro.
Vuelvo descontento a Europa, y con suerte
de poder ser un poeta quimérico.
Soy manárquico, pero no católico
y me agradaba ser alguna cosa fuerte.
Me gustaba tener creencias y dinero, 
ser varia gente insípida que vi.
Hoy, después de todo, no soy sino, aquí, 
en un navío cualquiera, un pasajero.
No tengo ninguna personalidad.
Más notable que yo es ese criado
de a bordo, con bello estilo alzado, 
de lord escocés hace días en ayuno.
No puedo estar en ninguna parte. Mía
es la patria donde no estoy. Ando enfermo y flaco.
El comisario de a bordo es un bellaco.
Me vio con la sueca... y el resto lo adivina.
Un día monto un alboroto a bordo 
sólo para que los demás hablen de mí.
No puedo con la vida y creo desastrosas
las iras con que a veces me desbordo.
Paso el día fumando, bebiendo cosas,
drogas americanas que entontecen,
¡y yo tan bebido ya sin nada! Si diesen
un mejor cerebro a mis nervios como rosas.
Escribo estas líneas. ¡Parece imposible
que, teniendo talento, apenas lo sienta!
El hecho es que esta vida es una quinta [casa de campo] 
donde se aburre hasta un alma sensible.
Los ingleses están hechos para existir.
No hay más gente como ésta, tan presta
a la Tranquilidad. La gente echa 
un centavo y les sirve para sonreír.
Pertenezco a un género de portugueses
que tras haber descubierto la India
están sin trabajo. La muerte es algo cierto.
He pensado en esto muchas veces.
¡Al diablo con la vida, la gente que la tenga!
Ni leo mi libro de cabecera.
Me fastidia el Oriente. Es una alfombra 
que al enrollarse deja de ser bella.
Caigo en el opio por fuerza. Pero querer
que ponga en claro una vida de éstas
no se puede exigir. Almas honestas
con horas de dormir y de comer,
¡que un rayo las parta! Y esto, al fin, es envidia, 
porque estos nervios son mi misma muerte.
¡No haber un navío que me transporte
donde no quiera nada que no vea!
¡Ah! Me cansaba de este mismo modo.
Quería un opio más fuerte para ir de allí
hacia sueños que diesen cuenta de mí
y rogasen conmigo en algún lodo.
¡Fiebre! Si esto que tengo no es fiebre,
no sé cómo es que se tiene fiebre y se siente.
El hecho esencial es que estoy convaleciente.
Esta carrera, amigos, está libre.
Veo la noche. Tocó ya la primera
corneta para vestirse e ir a cenar
¡Vida social como meta! ¡Eso, andar
hasta que la gente salga cogida del cuello!
Porque esto acaba mal y ha de haber,
¡ah!, sangre y un revólver para el fin
de este desasosiego que hay en mí
y que no hay otra forma de resolver.
Quien me mire me encontrará banal,
a mi vida y a mí... ¡Anda! un muchacho...
mi propio monóculo ya me ha hecho
pertenecer a un tipo universal.
¡Ah, cuánta alma habrá, que ande metida 
así cual yo en lo Recto, y como yo sea mística!
¿Cuántos con la chaqueta característica
no tendrán, como yo, horror a la vida?
¡Si al menos fuese por fuera tan 
interesante como lo soy por dentro!
Voy en el Maelstrom, cada vez más al centro.
y no hacer nada es mi perdición.
Un inútil. ¡Pero es tan justo serlo!
¡Si se pudiera despreciar a los otros
y, todavía, con los con los codos rotos, 
ser un héroe, loco, maldito o bello!
Me asaltan ganas de acercar las manos
a la boca y morder a fondo haciéndome daño.
sería una ocupación original
y distraería a los otros, los tan sanos.
El absurdo, como flor de la India, como
no llegué a encontrar en la India, nace 
en mi cerebro harto de cansarse.
Dios cambie mi vida o la vuelva letal.
Déjenme estar aquí, en esta silla
hasta que vengan a meterme en el cajón.
Nací para mandarín de condición,
pero me falta sosiego, suelo y esterilla.
¡Ah, qué bueno sería ir de aquí en caída
hacia la tumba por una trampa de estruendo!
La vida me sabe a tabaco rubio.
Nunca hice más que pasar la vida fumando.
Y al final lo que quiero es fe, es calma,
y no tener esas sensaciones confusas.
¡Que Dios acabe con esto! Abra las esclusas
y ¡basta de comedias en mi alma! 




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