Después de treinta días de buscarse,
mirarse y provocarse, cedieron al deseo y llevaron sus ganas a un cuarto
de hotel. No se conocían, ni siquiera sabían sus nombres, pero no
importaba, las presentaciones estaban de más, los prejuicios estaban de
más, sus cuerpos hablaban por ellos y decían lo único que les interesaba
escuchar. Disfrutaron del encuentro y se regocijaron al descubrir que
tanta espera no había sido en vano. Finalmente llegó la calma y ambos
permanecieron relajados y en silencio. Ella, sopesando la posibilidad de
enamorarse y él, la de seguir teniendo buen sexo por una larga
temporada. Pasó un rato y él con la excusa de ir al baño rompió la magia
del momento y encendió la luz. Ella parpadeó y se quedó turbada mirando
el cuadro: un desconocido desnudo parado en el centro de una habitación
decorada con mal gusto le sonreía tontamente. Sin poder evitarlo,
observó detenidamente su cuerpo magnífico y se quedó sin aliento al
descubrir la esvástica tatuada que le ocupaba gran parte de su torso.
Disimuló su horror y le regaló una sonrisa fingida mientras él entraba
al baño, luego se vistió de prisa y abandonó la habitación, dejando la
decepción y el asco a un costado de la cama.
© Renate Mörder
Ya lo había leído, pero es un gusto volver a hacerlo. Muy bueno. Abrazo
ResponderEliminarGracias amigo, un beso!
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