Cansada, incómoda,
fastidiosa, inquieta, irritada e irritante, sentada
en el sillón del living, los ojos bien abiertos, la mente bien cerrada,
sostenía en la mano un cochecito de madera que le habían regalado cuando
cumplió diez años, hacía ya veinte. Todo en algún momento te puede ser
útil, le
había enseñado el padre. Generaciones de asignaturas familiares se le
vinieron
encima. Tanto unas como otras, las generaciones y las asignaturas, la
acosaban
como fantasmas desesperados y hambrientos, que la hacían guardar hasta
las
cosas más superfluas, horribles, traídas por personas que no recordaba.
Fantasmas que no la dejaban convencerse de que no todo se puede
reciclar, de
que no todo se puede aprovechar, que la obligaban a aferrarse a lo que
debía soltar... SEGUIR LEYENDO
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