Su primo estaba
enfermo, ellos no lo conocían pues había estado internado durante años. Lo
habían traído a la casa y lo habían instalado en el área de huéspedes, lo
cuidaba un enfermero que a veces cruzaban en la cocina y una vez a la semana veían
entrar y salir a un señor que, según lo que les había dicho su mamá, era médico. Los
adultos no les daban demasiados detalles acerca del estado de salud de su primo ni les permitían verlo. Tampoco hablaban de él por lo cual, pasada la intriga de
las primeras semanas, terminaron olvidándose de su existencia. Cierto día en
que bebían leche chocolatada en la cocina apareció el enfermero con una herida
en la frente. Sus padres de inmediato acudieron a socorrerlo. Entre medio de
tanta preocupación se olvidaron de ellos y revelaron mucho más de lo que
hubieran querido. Los niños se quedaron preocupados, su primo había
herido al enfermero. Lo habían tenido que atar más fuerte, no respondía a las inyecciones, estaba demasiado agresivo
y dijeron que debían hacer algo urgente para concluir con el asunto. Esa noche no
pudieron dormir, cualquier ruido los sobresaltaba, tenían miedo que su primo se
escapara y los hiriera a ellos o a sus papás. A la mañana siguiente vino el
médico, se encerró con el enfermero y sus padres en el área de huéspedes, salieron
al rato, arrastrando a un muchacho, lo llevaban atado
y amordazado. "Vamos al hospital -les dijo la madre- volvemos en un
rato, no salgan". Los niños se quedaron viendo como la camioneta de sus
padres se perdía en el horizonte. Supieron que algo no andaba bien, eran niños
no tontos y a los enfermos no se los trata tan mal. Sus padres volvieron al
atardecer, traían una bolsa con dinero, quisieron explicarles los del primo
pero ellos no escucharon, prefirieron irse a jugar.
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