Hugo no sabía muy bien de cuál de todos los rounds que le peleó a la vida salió tan maltratado. La cosa es que se había vuelto un cobarde. Tenía miedo del presente, del futuro e incluso del pasado. “La vida pasa factura” –decía. Sus amigos y su hija, hartos de su depresión, comenzaron a alejarse y un día cualquiera se encontró solo, adherido a las cuatro paredes de su casa, como si fuera una enamorada del muro. Pasaba sus días viendo programas de televisión que ni siquiera le importaban y mantenía las ventanas de su cuarto cerradas, porque no quería enterarse que la vida ahí afuera seguía su curso sin él. Cada tanto su hija o la mucama, con la excusa de limpiar, entraban a su cuarto y le levantaban las persianas. Él permanecía malhumorado hasta que se iban y después corría a cerrarlas, pero ese día la visión de lo que sucedía en el departamento de enfrente lo detuvo. Un hombre y una mujer se besaban, estaban desnudos, tenían sexo. Hugo miró a su alrededor buscando en las ventanas vecinas a algún cómplice, alguien que como él estuviera siendo testigo de la falta de delicadeza de la pareja, pero no había nadie. Sin poder dejar de mirar comenzó a cerrar lentamente la persiana, entonces la mujer lo miró. Quedó atrapado en esa mirada, era limpia e inocente, como la de una niña, a pesar de que ya era mayor. El tipo que la acompañaba de pronto notó su presencia y de un manotazo cerró la cortina dejándolo desolado, como desnudo, como colgado de la nada.
Después de eso, Hugo comenzó a levantar las persianas de su cuarto, su hija y su psiquiatra lo interpretaron como un síntoma de mejora y ninguno de los dos notó que pasaba sus horas junto a la ventana mirando hacia el departamento de enfrente. Tampoco él reveló su deseo: quería verla, quería que le dispensara una mirada tan tierna como la de aquella vez, pero no tenía suerte, los clientes se sucedían y ella siempre estaba de espaldas o no miraba.
Una tarde se decidió a buscarla. Se vistió, se afeitó y hasta se sintió un ser humano en el espejo. Esperó que saliera de su departamento pero no tuvo suerte, comenzó a apostarse en su puerta todos los días, hasta que un mediodía salió con una bolsa a hacer los mandados. De cerca era más linda, más fresca. La siguió, habló con ella, la invitó a almorzar, la trato como una reina, la conquistó, se olvidó de que tenía miedo.
Y una mirada limpia e inocente, pudo más que sus miedos y su depresión . . . ! ! ! Muy bueno.
ResponderEliminarLILI
A veces una mirada lo puede todo. Gracias Lili :)
EliminarPara salir del agujero hay que encontrar la cuerda precisa. Una simple mirada puede tener un poder inmenso.
ResponderEliminarMuy buen relato, Renate.
Un abrazo
Sin duda Ángel! Te mando un abrazo.
EliminarNo eran muy buenos esos amigos.
ResponderEliminarFue una mujer quien logro que se olvidara de sus miedos. Tiene mucho sentido.